Nos hemos vuelto bien quién-sabe-cómo pero no
me caemos bien. Creemos que podemos cambiar al mundo poniendo un tweet quejoso
o solucionar la hambruna mundial presionar el botón de share.
Hay de casos a casos y generalizar siempre hace
popó cualquier argumento. Sin duda el botón de share puede ayudar a generar consciencia, como fue con el Ice Bucket Challenge y la esclerosis
lateral amiotrófica o con nuestra tradición de pintar el mundo color Pepto
Bismol cada octubre por el cáncer de mama. Si bien no se soluciona el problema,
nos lo pone en la jeta para recordar que podemos revisarnos y prevenir.
Las redes sociales le han dado mucho poder –tantito
demasiado, para mi gusto– al vox populi. Como péndulo, pasamos de la opresión sentimental
a sentirnos superiores moralmente. Algunas marcas eran rete-abusivas con
nosotros en la era pre-internet, pero ahorita, con tantita más voz, buscamos la
revancha, sin freno de mano.
Nos sentimos bien empoderados porque sabemos
que tiemblan con cada comentario negativo que se haga en público sobre su marca,
pero a veces rallamos en lo purista y en lo absurdo: “¡Total! ¡Le estoy tirando caca a la marca de refrescos! Malditos cerdos
neo-liberales”.
Se nos quita la vergüenza porque ningún mal
viene de insultar a una lata de Coca. O sí. Porque hay personas y familias
detrás de esa lata de refresco, que sí pierden su chamba por hacer un
comentario desatinado como community
manager, o incluso sin ostentar esa posición. Porque la mala publicidad
afecta las ventas y la falta de ventas afecta la rentabilidad y la rentabilidad
afecta al organigrama, que se ve afectado por un recorte de personal. Y sí, todo
puede empezar con un comentario tan trivial en internet.
La neta es que heredamos muy bien eso del “chingado” desde aquellos días donde
Hernán Cortés lo puso de moda. Tenemos memoria selectiva y olvidamos las
atrocidades de la Trevi porque nos gusta La
Papa Sin Catsup, pero no olvidamos que nos chingaron los europeos hace casi
600 años. Seguimos con resaca de la conquista, con una paupérrima autoestima
nacional, con ese sentimiento de inferioridad que nos hace suculenta la
venganza al establishment cada vez
que tenemos oportunidad de nuestro lado, sin importar si tenemos la razón de
nuestro lado.
Así que al primer cambio de luces salimos a
darles hasta por debajo de la lengua por embriagarnos con esa imaginaria
autoridad otorgada por Facebook y Twitter. Como buen oráculo, Andy Warhol predijo
en 1968 que en el futuro todos podríamos tener nuestros 15 minutos de fama, pero
de verdad que estamos usando esos 15 minutos para pura fregadera, ¿o no, Lady
Polanco? ¿o no, Lady 100 pesos?
A veces –solo a veces– hay buenas intenciones
en un comentario, en un like o en un
share, pero de buenas intenciones está hecho el camino al infierno. Cuando
algún conocido está desaparecido aprovechamos todos los recursos a la mano, pero
¿qué tanto sirve poner la foto del “Chanclas” (mi amigo imaginario) en Facebook
para encontrarlo?
Creo que me preocuparía si funcionara esta
estrategia. De verdad no logro trazar el camino de cómo puede funcionar.
¿Estamos esperando que la foto llegue al muro del secuestrador y huela nuestra
desesperación como para causarle remordimiento de conciencia y liberar al “Chanclas”?
¿O le llega a un amigo del secuestrador y dice: “¡Ay, a huevo! Yo vi a ese güey en el sótano del Barbas la semana
pasada que fuimos al póker en su casa”? Sé que en momentos de desesperación
hacemos todo en nuestras manos pero no creo que quien lo haya privado de su
libertad lo haya amarrado al quiosco de Coyoacán a plena vista pública como
para que la publicación de Facebook sirva de algo.
Así es como hemos comotizado la inconformidad,
queriendo cambiar el mundo un like a
la vez siendo revolucionarios de sillón y activistas del click.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario